Agustín Acosta, Aproximación al Ex-Poeta Nacional (V), Feliberto Pérez del Sol.

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Sakenaf, Santa Clara, Villa Clara, 7 de diciembre de 2012, (FCP). Tras este reconocimiento Acosta no se abrigó en derredor de las altas esferas culturales ni ocupó cargo significativo en la capital, sino que se radicó en San Miguel de los Baños. Ameno e inspirador poblado donde un par de años más tarde concibió Jesús, texto sobre la vida del homónimo personaje, y que dedicó a su amigo José María Chacón y Calvo (1892-1969).

Aunque el eje central del poemario es el mítico nazareno, Acosta no solo muestra la imagen bíblica que de Jesús se tiene, sino que también expone su matiz humano. Por ello en una parte del libro le pregunta si cuando de dolor morías en la cruz «¿eras hijo de dios, o eras un hombre…?

Mientras en otra sección se interroga a sí mismo por ciertas interpretaciones que de su palabra ve: «… aquí en la tierra, se dice«…así piensan también tus sacerdotes…«, para luego confirmarle: «Para creer en ti no necesito / que tu divinidad obre el milagro…«.

Si bien la poesía de línea religiosa del matancero exhibe en este ejemplar su momento mayor, el poemario incluye además una sección nombrada «Otros poemas», en la cual penetra al misterio filosófico de la vida. No obstante, Acosta no intenta evangelizar a sus lectores, sino que presenta a Cristo, al decir de Mireya Cabrera Galán, como quien da a conocer al mejor de sus amigos.

Con sonrisa recibió el arribo de la Revolución Cubana, y en 1961, radicado otra vez en Matanzas, aceptó de modo estoico y resignado su substitución como Poeta Nacional. Nadie se le acercó a informarle de tal situación, como tampoco le ofrecieron explicaciones, las cuales habrían estado de más, pues en carta a su amigo Florentino Morales le señala estar situado «al margen de eso que llaman política…«.

Dicha decisión debió herirle su sensibilidad y amor propio, aun así no se incomodó con persona o entidad alguna, mucho menos con Nicolás Guillén, el nuevo Poeta Nacional, con quien tenía una estrecha relación profesional. Enfrentó el hecho con la conducta y sabiduría que le eran propios, sin emitir opiniones que hiriesen su Cuba o a sus colegas literarios.

Este cisma involuntario no impidió que Acosta cantara a cada rincón que inspirase patria, héroes, historia, pueblo, obrero o naturaleza exuberante. Así, en 1963 publicó Caminos de hierro, último libro suyo publicado en Cuba, para el que tomó como escenario la estación ferroviaria de Jovellanos, sitio donde se desempeñó durante su juventud como telegrafista y jefe de la misma.

Nuestro pasado nacional y el suyo propio quedan reflejados sabiamente con añoranza, candor y técnica en Caminos de hierro, aunque sin dudas el ferrocarril es el tema principal de la obra. Algo que queda evidente en el título de esta, y también en sus primeros versos, los que nos acercan al arribo del «camino de hierro» a la Isla.

Aún hoy se ignora con precisión cuándo inició y cuándo concluyó el Quinquenio Gris, pero sí se sabe que a Acosta lo dañó en lo más hondo de sí. Desde fines de los años 60, y hasta diciembre de 1972, a su casa solo iba un exiguo grupo de amigos, los cuales se exponían a que la dirigencia castrista los considerase contrarios a la Revolución y les truncara su futuro desarrollo intelectual.

Daba igual que quienes lo visitaran solo fueran a escuchar los poemas que Consuelo, su esposa, cantaba junto a su viejo piano o que lo hicieran en busca de una consulta literaria o para recibir consejos sobre poesía. No importaba incluso que la visita tuviese como finalidad llevarle algún medicamento o alimento, el peligro era el mismo. Aun así hubo personas valerosas que se atrevieron a correr el riesgo de visitarlo, como fue el caso de la bibliógrafa Mirtha Martínez.

Ante tan difícil vivir, y a petición de Consuelo, quien anhela reunirse con su hija Sarita, radicada en Estados Unidos hacía una década, dispuso salir del país. Algo difícil debido al control total que sobre el ciudadano mantenía, y aún mantiene, el Estado. Por ello, en mayo de 1971 escribió una desesperada carta pidiéndole ayuda a Guillén, entonces presidente de la UNEAC:

«…Voy a cumplir 85 años y estoy enfermo,… ignoro, naturalmente, el tiempo que me quede sobre la tierra, y tanto mi mujer como yo, desearíamos pasarlo junto a la que, habiendo dejado de verla niña, ya es una mujer con hijos y un hogar propio…«. «Lo siguiente sé que no habrá de interesarte,… pero es posible que a quien tiene en sus manos las complicadas operaciones de las salidas del país, le interesa conocer«.

Consuelo, segunda esposa de Acosta, fue determinante para que el poeta abandonara el país.

Consuelo, segunda esposa de Acosta, fue determinante para que el poeta abandonara el país.