Una Herencia Tiránica, Feliberto Pérez del Sol.

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Sakenaf, Santa Clara, Villa Clara, 9 de marzo de 2012, (FCP). El Golpe de Estado perpetrado en Cuba, el 10 de marzo de 1952, eliminó, entre otras cosas, el derecho constitucional de efectuar elecciones presidenciales cada cuatro años. La madurez política lograda tras la Constitución de 1940, fue herida de tal modo aquel día, que quienes echaron a los autores de dicha sonada, aún no han restituido tan vital norma legislativa.

Al instante mismo del golpe, y se dice que desde antes, los acólitos del general golpista Fulgencio Batista y Zaldívar, usaron una serie de elementos justificativos con el propósito de explicar tan punible hecho. Como factor principal, esgrimieron la ineficacia del derrocado gobierno para hacer frente al gansterismo político reinante, así como para mantener el orden.

En cambio, expertos del tema alegan, que Batista realizó el «cuartelazo» porque sus posibilidades reales de triunfo por el Partido Acción Unitaria, en las elecciones que se producirían en julio de 1952, eran muy pocas. Teoría aceptada enteramente, pues Eduardo Rene Chibas, candidato del Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxo), emergía con una mayor intención en el voto popular.

Más de dos años y medio después, Batista organizó, con la intención de legitimar su régimen, el primero de una serie de trufas electorales. Así, el 1 de noviembre de 1954, escenificó una farsa donde no tuvo rivales, pues hasta el principal contrincante de la oposición, el doctor Ramón Grau San Martín, se retiró antes de las «elecciones».

Como era lógico, «El Hombre», apelativo con que se le conoció a dicho general, resultó ganador del amañado proceso. No obstante, estos comicios no lo indultaban del poder usurpado, el 10 de marzo, a Carlos Prío Socarrás, por cierto, el último presidente verdaderamente electo en la Nación por el voto popular.

Se sabe de otro disfraz electoral, ocurrió en noviembre de 1958, y su carácter ilegítimo fue tan risible, que Andrés Rivero Agüero, vencedor del mismo, nunca llegó a ocupar el cargo. La última de los trampas hechas por Batista, fue entregarle el mando de la Isla, a Anselmo Alliegro y Milá, quien solo fungió como tal, de la madrugada del día 1ro a la tarde del 2 de enero de 1959.

Desde entonces, una nueva élite, con Fidel Castro al frente, se ha hecho cargo del país, e igual a la dictadura surgida a raíz del 10 de marzo de 1952, nunca ha convocado a auténticas elecciones presidenciales, aunque sí ha ideado varias tretas con relación al cargo de presidente. Por lo que la primera maniobra para evadir cualquier tipo de referéndum no se hizo esperar.

El 3 de enero de 1959, Castro permitió a Manuel Urrutia Lleó tomar de modo interino la jefatura del estado, y apenas seis meses más tarde, originó su dimisión. Para lograrlo, declaró que cesaría en su cargo de Primer Ministro por diferencias con Urrutia, enunciado que provocó un llamado nacional, para que volviera, y que finalmente hizo dimitir a Urrutia el 17 de julio de 1959.

A pesar que la renuncia se logró por el clamor popular, su posterior desarrollo no desembocó en proceso electivo alguno, sino que por decisiones de dedo, Osvaldo Dorticós Torrado tomó la presidencia. Se mantuvo en dicho puesto, hasta el 2 de diciembre de 1976, fecha en que Fidel lo ocupó, por supuesto, que sin una transparente consulta ciudadana y sin permitirles opción a otros.

Si así de turbios se han mostrado los procesos electorales y los derivados ascensos al mando del país narrados hasta ahora, con Fidel Castro, el legado anti-urna continuó sin titubear. El 19 de febrero de 2008, debido a graves problemas de salud, entregó las riendas del poder a su hermano Raúl, esto lógicamente, sin consultárselo a su pueblo.

Como el sagaz lector notará, los cubanos no han conocido ningún proceso electoral limpio, desde aquel fatídico 10 de marzo de 1952, vacío legal totalmente contrario a lo dispuesto en el edicto de 1940, y que los vencedores de Batista juraron restituir si tomaban el poder. Nada, que mañana la Nación arribará a 60 años de una herencia tiránica.

Carlos Prío Socarrás, el último presidente verdaderamente electo en el país por el voto popular.